El día que cerró el reino

Por Olga Mallo (desde Londres)

Cuando surgió la idea de esta columna, el plan era contar anécdotas y noticias desde el Reino Unido, donde vivo hace catorce años. Con un nombre que hace alusión a un antiguo programa radial popular en este país en los años treinta. Sin embargo, esta, mi primera Carta del Reino, la escribo en extraños tiempos de pandemia y cuarentena, en la que las experiencias y las noticias se han transformado en algo casi universal y sorprendentemente transversal. Si no somos trabajadores esenciales, estamos todos encerrados en nuestros propios reinos. Como nunca en la historia de la humanidad podemos saber, con un alto porcentaje de certeza, donde está cada persona en el planeta. Desde príncipes a políticos; desde nuestro vecino a un vendedor ambulante que conocimos en el último viaje. Estamos todos en casa.

La última semana antes del autoaislamiento, cuando nadie aquí imaginaba lo que vendría, salvo algunos pesimistas que terminaron por tener la razón, Londres bullía como siempre, los museos llenos, los trenes continuaban atiborrados de pasajeros habituales y los no tanto, los restaurantes debían ser reservados con días de anticipación, mientras el barrio de los grandes teatros londinenses, el West End, anunciaba sus estrenos de primavera y las tiendas ya ofrecían sus colecciones de nueva temporada. Como telón de fondo, sutiles advertencias daban cuenta de lo que venía, pero tal vez eran demasiado sutiles. Letreros en baños públicos insistían en que nos lavemos las manos concienzudamente, algunos precavidos ya usaban mascarillas y en el Metro (The Tube ) se oían instrucciones de distancia social que era imposible obedecer, pues sus vagones estaban tan atestados como siempre. El Covid-19 era algo que pasaba en China, había llegado a Italia, es cierto, pero aún estaba al otro lado del canal y si llegaba al Reino lo atacaríamos con un plan que nadie conocía, pero que todos confiábamos sería el adecuado. Por último, lavándonos las manos, como aconsejaba con humor nuestro Primer Ministro antes de que lo atacara el virus-, cantando dos veces Happy Birthday. O saludándonos chocando los talones. La vida continuaba y Londres seguía siendo una fiesta. La despedida a este festín para mí fue como si hubiéramos sabido que era la última noche de amigos por un buen tiempo. Mr Foggs, mi bar favorito en Mayfair, fue el escenario ideal mientras brindábamos como si el mundo se fuera a acabar, sin saber que en cierto modo una manera de vivir se terminaba al menos por varios meses. Esa noche la despedida fue sin los dos besos de costumbre y sin abrazos, pues ya había cautela, pero con un rotundo: “See you soon”. Dos días más tarde estaba cancelando todo compromiso en Londres por dos semanas. Parece ahora tan inocente ese mensaje. Ya llevo un mes y medio de autoaislamiento y al parecer durará al menos un mes más.

Recuerdo que lo primero en cerrar fueron las Apple Stores. Fue una mala señal. Luego los museos y los teatros. El gobierno demoraba en hacer la clausura (lockdown) oficial y los británicos supieron que esto iba en serio cuando ordenaron cerrar los pubs, probablemente de las tradiciones que más extrañan muchos en este país.

Y así comenzó la era del Zoom. Yoga, ballet y todo tipo de ejercicios, cursos de cocina e idiomas, talleres de lectura, e incluso la vida social se hace ahora por esta plataforma. En mi cumpleaños apagué las velitas con mis amigas cantando desde la pantalla y este 2020 lo recordaremos como el año en que hicimos casi todo a través de Zoom o FaceTime. Siento que nos hemos convertido en ratas de laboratorio, experimentando vivir esta nueva “normalidad”, y estamos demostrando que podemos, usando nuestra creatividad al máximo, reinventándolo todo para poder sobrevivir los días que se suceden sin la peculiaridad que da poner un pie en la calle. Pero el ser humano es un animal de costumbres, lo que hoy es raro se volverá normal y aunque todos hablen de cómo correremos a abrazarnos cuando esto pase, yo me pregunto si será realmente así. Quizás el miedo permanezca, o simplemente la distancia se hará hábito. Porque nos sentimos vulnerables y, aunque siempre lo hemos sido, ahora ese miedo tiene un nombre que nos ha quitado el control que creíamos tener, pero que jamás hemos tenido. Por eso creo que los más afectados no son los ancianos, sino esos “control freak”, aquellos que necesitan tener la ilusión de controlar cada situación en sus vidas. A mí personalmente esto me relajó. Un día ya avanzada mi cuarentena me di cuenta que había decisiones que ya no estaban en mi poder, ya ni siquiera debía pensar qué ponerme cada mañana. Resolví que aprovecharía este tiempo para descansar de decidir. Elegiría sólo los libros que leería o la hora que me levantaría. La vida como la conocemos se ha detenido y cuando se reactive de seguro no volverá a empezar en el punto en que la dejamos. La realidad seguirá mutando con el virus, comenzará una nueva adaptación al salir de nuestro nuevo capullo a una vida post aislamiento que aún no imaginamos. Espero que todas las predicciones de que de esta saldremos más empáticos y menos consumistas, sean acertadas. Por el momento no quiero saber una estadística más, solo deseo seguir tomando fotos del cerezo en flor de mi jardín, ese que estuvo ahí todos estos años y el que nunca había encontrado tan bello como ahora.

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