Si bien hoy en día está en boca de todos el concepto de Inteligencia Artificial, popularizado con recientes lanzamientos tales como ChaGPT (OpenAI), Bard (Google) o incluso Bing AI (Microsoft), los cuales han logrado romper la barrera del uso, permitiendo que cualquier persona entienda y pueda aplicarlas, hay que subrayar que esto no es algo tan novedoso como se creería: los conceptos y fundamentos sobre los cuales se basan estas tecnologías datan de hace más de 80 años.
Allá por la década del 40’, un grupo de científicos comenzó a desarrollar lo que se conoce como “redes neuronales”, un modelo muy innovador para la época basado en matemáticas y algoritmos. Esto no es más que una breve introducción a un artículo cuyo principal objetivo no es simplemente describir las capacidades y potencial que tiene esta tecnología, sino, entendiendo un poco sus orígenes, recorrer cómo se le ha ido dando lugar de manera progresiva en el mundo de los negocios, fundamentalmente a la hora de la toma de importantes decisiones.
La ciencia viene intentando, desde hace décadas, copiar o reproducir el modelo de pensamiento y decisión del ser humano, con el objetivo de permitir que las computadoras tomen decisiones con escasa o nula asistencia. Para ello, los expertos han ido tratando de desarrollar un modelo que represente el cerebro humano, sus neuronas y los estímulos que las interconectan. Es desde aquí de donde surge el concepto de “red neuronal”;un modelo artificial, sustentado en el aprendizaje de situaciones que permita, mediante la aplicación de la matemática, llegar a una conclusión, tal como lo haría una persona.
En el mundo empresarial, estos métodos fueron incorporándose de un modo progresivo asociado, en general, a la toma de decisiones a nivel gerencial. Las computadoras, a través de estas nuevas capacidades, pueden analizar cientos de miles de datos provenientes de diferentes fuentes y, mediante “cruces algorítmicos”, realizar lecturas secundarias que, para una persona, podría demorar un tiempo infinito o, incluso, resultar imposible.
A medida que esto generaba ventajas, ahorros y diferenciales en las organizaciones que lo utilizaban, se iba también propiciando una continuidad en la investigación, desarrollo y evolución de la misma, comenzando a aparecer importantes “jugadores” que buscaban invertir y participar en esta nueva carrera.
De este modo, estas tecnologías llevan años ganando terreno y jugando un papel muy importante en el modo en el que las organizaciones desarrollaban sus actividades: no solo colaboraron en la toma de decisiones, sino también para llevar a cabo un sinfín de tareas y actividades, no solo mecánicas y/o repetitivas, como lo podría ser un robot o una máquina de producción; sino también tareas intelectuales que permitieran el razonamiento o, incluso, la predicción, desde cuestiones climáticas hasta comportamientos económicos/financieros.
Las organizaciones como entes, y las personas que formamos parte de ellas, nos encontramos ante una nueva dicotomía que se nos plantea a partir de este nuevo boom recargado de IA: poder vislumbrar cuál es el verdadero límite que tendrá esta “nueva realidad”, en la cual gran parte de nuestras actividades dejarán de ser nuestra mera responsabilidad y pasarán a estar a cargo de asistentes virtuales, como Alexa o Siri.
En definitiva, hasta dónde podrá llegar esta evolución dependerá, pura y exclusivamente, de nosotros mismos. Quién sabe hasta dónde nuestra búsqueda de optimización, eficiencia, progreso, innovación, o incluso ambición, nos puede conducir.
Estamos ante una nueva Revolución Industrial, quizá la 3.0, pero no debemos perder de vista las 3 leyes de la robótica escritas por Isaac Asimov: un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño; un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley; un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda. Es importante entonces, ser consciente del impacto y de las consecuencias de todo lo que estamos viviendo y de todo lo que acontecerá.