Insistentes y desobedientes: cómo convivir con los rumanos en pandemia

Por Carola Hidalgo L. @mundo_itinerante www.mundoitinerante.com

El famoso Covid-19 venía pisándome los talones. Me fui de Croacia y al día siguiente llegó el primer caso. Seguí a Montenegro y Albania, donde todo iba bien hasta una semana después de que me fui, cuando comenzaron a hablar de los primeros contagiados en Tirana. Y así, en varios destinos y por varias semanas, jugamos al “corre que te pillo”. Hasta que me pilló.

Me gusta armar itinerarios y a mi marido -con quien estoy recorriendo- más aún. Hasta hoy tenemos anotado cómo llegar por libre al Castillo de Vlad III (el famoso Drácula), varias opciones de entradas al Parlamento y las reservas de cupos para distintos Free Walking Tours por la ciudad. Y es que estamos en Bucarest, capital de Rumania, destino en el que teníamos planificado estar dos semanas para luego seguir a Reino Unido, Italia y Alemania. Sí, los escogimos con pinzas.

Pero nada de lo descrito se ha concretado aún. A los siete días de haber aterrizado en Bucarest y luego de pasear por la ciudad “con calma”, empezaron los avisos por megáfonos y las sirenas. Veíamos a militares y policías haciendo rondas y, de la poca gente que andaba en la calle, todos llevaban mascarilla. Habíamos entrado en Estado de Emergencia por el disparo de nuevos casos en el país, pero también, porque días antes la OMS había declarado al virus una pandemia. Pánico y cierre total. Y ahí me quedé, con las planillitas Excel de los itinerarios listas pero sin cumplir.

En un principio se habló de no desperdiciar las mascarillas, pero hasta hoy muchos rumanos las ocupan de collar. No sé si están al tanto de que el virus no entra por el cuello, entra por la nariz y la boca, principalmente. Lo que sí sabemos es que es muy contagioso y que nos costó haber estado dos meses encerrados, ¡no entiendo por qué les cuesta tanto cubrirse al toser!

El gobierno rumano ha intentado imponer seriedad en el asunto, pero siento que la ciudadanía simplemente no le presta atención. A mediados de marzo, los titulares amenazaban con sanciones severas a quienes incumplieran las reglas para evitar contagios, dándole hasta 15 años de cárcel a quien, por no respetarlas, provocaba la muerte por coronavirus. Dos semanas después y con más de 200 mil sanciones por incumplimiento al confinamiento, a las reglas de distanciamiento y otras restricciones, las multas fueron aún más severas: los rumanos que no cumplieran debían pagar entre 400 y 4 mil euros, cuando el salario mínimo en el país es de solo 466. El domingo 19 de abril celebraron la víspera de la Pascua Ortodoxa. Solo ese día multaron a 3.384 personas, casi la misma cifra de sanciones que tuvieron -para ese entonces- los británicos en tres semanas.

Y si a fines de abril un titular hablaba de la suspensión de un policía rumano por apalear a un grupo de gitanos mientras les gritaba “¡quédate en casa!”, hoy los ciudadanos pasean con libertad y, por lo que veo, sin miedo, ni al coronavirus ni a ser golpeados. Acá la sensación de pánico se esfumó. Luego de dos meses de estar encerrados y de nosotros salir una vez cada dos semanas a comprar lo justo con salvoconducto, mascarilla, a metros de todo el mundo, con las manos como papel maché de tanto lavármelas y poco me faltó para arrendarle un traje a la NASA, hoy vuelve a funcionar gran parte de la vida rumana.

Salimos a caminar un día después de acabado el Estado de Emergencia, manteniendo todas las medidas de protección. No lo puedo negar, fue espectacular y todo me pareció nuevo. Pero también me sentí incómoda. La mayoría de los rumanos no llevaban mascarillas, los parques reabrieron y se llenaron de grupos de amigos, familias, cigarros, juegos, libros, bicicletas, niños. No sé si acá McDonald’s es un fetiche o qué, pero el payaso no hizo más que abrir y todas las bolsas para llevar se tomaron el parque, rebalsaron los basureros y ensuciaron por completo parte del centro, donde vivo.

El casco histórico sigue cerrado. Algunos locales de comida abrieron solo para llevar, o bien, se instalaron afuera para servir comida al paso, como si fueran un foodtruck. Pasé por Curtea Veche (“Corte Vieja”) donde está la Biserica Sfântul Anton (“Iglesia de San Antonio”) y estaban haciendo misa al aire libre para evitar aglomeraciones. Pasé también por una heladería artesanal, el administrador controlaba el acceso de la gente y vigilaba que se respetara la distancia. Starbucks, sin ir más lejos, también está operando como todos: solo para llevar.

Qué estadía más… ¿anecdótica? Jamás se me pasó por la cabeza que en las tierras del ficticio Drácula iba a vivir una caótica pandemia. Me da risa que cada vez que me preguntan dónde estoy la reacción es “¿¡¿¡Eeeen Ruuumaaaaaniaaaa?!?!”. Más risa me da que en lo primero que piensen no sea en Drácula, sino en Rafael Garay.

Pero no ha sido una mala experiencia. Los rumanos son porfiados pero también, muy amorosos. Y dentro de lo tercos que son, también lograron calmar una parte de mí. No, no me estoy convirtiendo en rumana ni dejaré de usar mascarillas o de cubrirme al toser, pero cuando recién llegamos el escenario era todo negro, todo caos, todo pánico y desabastecimiento. Todo era colapso, encierro, todos íbamos a morir en alguna parte. Pero con el desconfinamiento, e incluso un poco antes de él, el tema “se normalizó” y es lo que está pasando en varios países de Europa. Lógicamente tiene una cuota de irresponsabilidad, porque los que no se cuidaban antes, probablemente menos lo harán ahora. Pero mentalmente aliviana un poco la carga.

No hay que descuidarse, nosotros no lo hacemos. Salimos del Estado de Emergencia para entrar al de Alerta, por lo que aún hay restricciones, solo que menos severas. Sigue habiendo mucho policía en la calle, todavía están cerrados los colegios, siguen controlando el acceso de personas a los locales, hasta hoy toman la temperatura en algunos y, sin duda, falta incentivar aún más el uso de mascarillas, a pesar de que sea obligatoria solo en el transporte y en lugares públicos cerrados. Pero acá sí que están entrando en la “nueva normalidad”. La amenaza de un rebrote siempre está, en Rumania y en cualquiera de los países que están reabriéndose. El presidente rumano lo dijo: de haber una recaída durante el desconfinamiento, todos de vuelta a encerrarse.

Los rumanos me han dado rabia, risa, incertidumbre. Pero trato siempre de sacar lecciones positivas y esta no ha sido la excepción. Bucarest es una ciudad muy bonita, barata, con historia. Obvio, en otra circunstancia la podría estar aprovechando muchísimo más, pero no me quejo. Esta es probablemente la historia de viaje más cuática que le voy a relatar a mis sobrinas en unos años más.

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