Road trip por Normandía

Mi primer viaje en tiempos de Covid

Las reglas cambian día a día, cuarentenas son impuestas a último minuto  y mascarilla y gel sanitario son indispensables en nuestro equipaje. Durante este verano europeo se volvió a viajar, algunos lo hicieron sin ir muy lejos de casa, mientras otros fueron algo mas aventurados. Nosotros cruzamos el canal de La Mancha desde Londres para recorrer la Normandía en auto.

Texto y fotografías por Olguita Mallo @olguitamallo

30/10/2020

Somos los primeros en entrar al vagón del Eurostar. Es Agosto de 2020. En cualquier otro mes de Agosto, de cualquier otro año sin pandemia, ese carro iría completo y hubiera sido imposible comprar este pasaje business a solo 20 libras más caro que uno en sección standard. Por un lado, influye que la compañía no puede vender todos los asientos pues es necesario mantener la distancia social requerida entre pasajeros, y por otro, está el factor de la poca concurrencia de viajeros. El famoso staycation o vacacionar en el país de residencia fue la tendencia este verano europeo como comprobaremos en nuestro destino de dos semanas : Francia.

La estación de trenes londinense de Saint Pancras, desde donde sale el Eurostar, parece aquel día sacada de una película apocalíptica, de esas que muestran la jornada después de algún tipo de holocausto. Hay un par de cafés abiertos, y allí compramos algo para comer durante el viaje, pues ni en clase business se ofrece comida a bordo, tampoco agua, solo gel sanitario. Los pocos pasajeros que deambulan por la gran estación, deben cubrir boca y nariz con mascarillas , y antes de pasar por policía internacional llenar papeles en los que se  debe jurar no tener Covid. Juramento que nadie solicita a ningún lado del Canal de la Mancha.

GARE DU NORD

El escenario puede parecer no muy alentador, sin embargo la perspectiva de ir a otro país, de desplazarse y sentir que se vuelve de cierto modo a ese mundo que dejó de existir en Marzo, cuando el Reino Unido impuso el confinamiento así como la mayoría del planeta, es excitante. Elegimos Francia por varias razones. La primera: no era necesario tomar avión, la segunda razón fue porque una vez en suelo francés, nuestro viaje sería en automóvil, el medio de transporte más seguro para evitar el virus. Haríamos un road trip por la región de Normandía, comenzando en un rincón de la Bretaña, una ruta abundante en hitos históricos de variadas épocas.

En dos horas estábamos en una Gare Du Nord más tranquila que lo normal. En el taxi a nuestro hotel en pleno barrio de Saint Germain, pude observar un París sereno; al pasar por las arcadas del museo del Louvre las ánimas penaban alrededor de la pirámide de vidrio, y luego al salir a tomar la copa de rigor en el vecino Café de Flore, no hubo que esperar ni un minuto por una mesa afuera. Egoístamente me empezaba a gustar este París. 

Desiertas calles de París junto al río Sena

Al día siguiente nos dirigimos a la estación de Montparnasse para tomar el tren a Saint Malo, una pequeña ciudad en la región de Bretaña, en el borde con Normandía. Allí nos esperaría un auto que habíamos reservado con innecesaria anticipación. La tranquilidad y silencio parisinos en tiempos pandémicos se disiparon al llegar a la estación de trenes. Las multitudes iban y venían de los múltiples andenes y lo único que daba cuenta de una pandemia dando vueltas en el ambiente, eran los rostros a medio cubrir por mascarillas.

Una vez en el tren con dirección a Rennes, la capital de la Bretaña francesa, nuevamente el tren va a media capacidad para que la distancia entre pasajeros sea posible. En Rennes se suben policías estrictamente controlando uso de mascarillas. Es nuestro primer encuentro con un sistema más severo que el británico donde hasta entonces, a mediados de Agosto el uso de mascarilla era mucho más relajado. Continuamos viaje, policías incluidos, hasta Saint Malo.

Unos días en la Bretaña

Saint Malo es una encantadora y ecléctica ciudad con un pasado abundante en historias de piratas y corsarios. Su estratégica ubicación a orillas del canal de La Mancha le ha proporcionado momentos de fortuna y desgracia. Durante el siglo 19 se transformó en hogar ideal de corsarios designados por la corona francesa para saquear embarcaciones que cruzaban el canal o alcanzando las costas sureñas del vecino de enfrente: Inglaterra. Sin embargo, le tocó sufrir la ocupación nazi durante la segunda guerra mundial para luego ser bombardeada y destruida casi en su totalidad por fuerzas aliadas ante la creencia de que escondía más soldados alemanes de los que realmente albergaba la ciudad amurallada. La resiliencia de los habitantes de Saint Malo se demostró en los 12 años, que finalizaron en 1960, en que el casco antiguo fue totalmente reconstruido a imagen y semejanza de lo que había sido por siglos sin concesiones a la modernidad. Hoy la ciudad es tan bella dentro como fuera del muro.

Una de las ventajas de viajar durante estos días azotados por Covid 19 es que se puede recorrer con un itinerario bastante flexible a pesar de estar en pleno Agosto. Hoteles y alojamientos de todo tipo tienen políticas de cancelación muy abiertas. Decidimos extender nuestra estadía en Saint Malo. Ocupamos los días recorriendo sus playas, visitamos el vecino pueblo medieval de Dinard, y por supuesto la estrella de la región: el Monte Saint Michel.

Caminata rodeando el muro de Saint Malo

Las reglas de distanciamiento social aquí se distienden notoriamente. A pesar de que la cantidad de turistas que cada año visita esta isla unida al continente por debajo del agua disminuyó al menos en dos tercios esta temporada, las estrechas calles de adoquines sobre el monte están pobladas de una multitud que hace imposible mantener los dos metros de distancia requeridos por las normas, pero la mascarilla sigue siendo de rigor al aire libre. 

Atestadas callejuelas de Monte Saint Michel

La primera visión del monte sobre la isla pertenece a ese tipo de momentos que ocurre cada vez que uno ha visto un hito cientos de veces en imágenes y de pronto lo tienes frente a tus ojos. No siempre se cumplen las expectativas, sin embargo el Monte San Michel las supera. Desde el camino lo  divisamos casi como un espejismo levitando sobre el mar. La caminata desde el estacionamiento es de aproximadamente 45 minutos y a medida que avanzamos es posible ver detalles de las construcciones de la villa construida sobre el monte, y arriba, presidiendo el espectáculo, está la Abadía. Hemos reservado entradas, hoy no se puede acceder a ningún tipo de monumento o museo sin previa reserva de una franja horaria para la visita. La gigantesca Abadía fue construida por monjes benedictinos, según la leyenda, siguiendo las órdenes de una aparición del arcángel Miguel. Luego vendrían guerras, incluida la de los 100 años, en que esta gigantesca construcción religiosa tuvo gran protagonismo, hasta que durante la revolución francesa fue convertida en prisión de escape imposible.

Regresamos para pasar nuestra última noche en Saint Malo. Como cada noche nos damos un banquete de mariscos, empezando por algún tipo de ostras. Puedo afirmar con total certidumbre que si les gusta la comida de mar, es imposible comer mal en esta ciudad, tanto fuera como dentro de la muralla los restaurantes son de alta calidad y cada noche se convierte en un placer culinario. Los protocolos son simples y se han vuelto rutina en cada restaurante: mascarilla y gel sanitario al entrar,  la primera se puede retirar  apenas te sientas a la mesa.

Restorán La Brasserie Le Sillon, Saitn_Malo

Nuestro destino del día siguiente se encuentra a 185 kilómetros. Esto si hubiéramos ido directo, pero aquí empezaba el road trip y la idea es ir parando en distintos pueblos costeros, pues si algo define  para mí al “road trip” es su flexibilidad. Nuestra única regla inamovible será llegar esa noche a la Ferme de la Ranconniere, un alojamiento campestre cercano a la villa de Crepon. No solo dejábamos la provincia de Bretaña, sino el departamento de la Mancha para adentrarnos en la provincia de Normandía y en el departamento de Calvados, que da nombre al famoso brandy de manzana que se toma en cada rincón de la región, ojalá con cautela pues su grado alcohólico puede superar los 40 grados.

La Ferme de la Ranconniere, un perfecto y bello lugar para alojar

Granville, la Ferme y  Bayoux

Antes del viaje había hecho una lista de pueblos, ciudades e hitos que me interesaban, pero consciente de que a menudo el papel aguanta más que la realidad, los puse en orden de prioridad. Empecé por los que consideré imprescindibles terminando con los que podían esperar un próximo viaje. MI primer indispensable fue Granville y hacia allá nos dirigimos. Un clásico balneario de veraneo de familias francesas, almorzamos con vista al mar en un restaurante tipo mercado donde antes de sentarse se elegía desde unas fuentes de agua salada cualquier tipo de pescado, crustáceo o marisco allí exhibido. Todos recién sacados del mar, atractivos por la garantía de su frescura pero no tanto a la vista ni al olfato.   

Mientras degustamos más ostras, con vista a la marina de la ciudad, nos llama la atención la imponente Iglesia de Notre Dame du Cap Lihou y un letrero: exhibición Itinéraire d’un Couturier en el Museo Christian Dior. Recordé entonces porqué el nombre de Granville me había atraído. Es el lugar de nacimiento del connotado modisto francés y la casa donde nació y pasó su infancia está hoy convertida en museo y lugar de exposiciones mientras los magníficos jardines de la mansión se pueden visitar en cualquier época del año. Recomendable visita tanto para iniciados en el mundo de la moda como para quienes sólo disfrutan de la historia y de hermosas y exóticas flores. Caminando de regreso al auto vemos las playas bastante concurridas pero el distanciamiento social entre los grupos es evidente. Hemos pasado el día en Granville y no hay tiempo para más pueblos. El navegador (que dejo programado en francés pues es buena manera de practicar el idioma) asegura que son dos horas hasta nuestro destino final para esa noche. Llegamos a la Ferme de la Ranćonniere con las últimas horas de luz solar encontrándonos con un fabuloso pequeño chateau construido en el siglo 13, en plena tierra de Guillermo el Conquistador, de quien sabremos más al día siguiente, cuando visitemos Bayeux. Elegí esta ferme (hacienda) como base para el viaje pues su ubicación es perfecta para nuestro propósito de recorrer la Normandía sin tener que empacar y desempacar cada día. Mi elección de hoteles estuvo enfocada en que contaran con el sello de sanidad Covid 19, pudiendo así confiar en la higiene del lugar y disfrutar sin la paranoia propia de estos tiempos.

Casa donde nació Christian Dior, ahora convertida en Museo, en Granville.

En la Ranćonniere el uso de mascarilla es obligatorio en el comedor y al entrar a recepción. Lo que hicimos solo al llegar, ya que nuestra suite – departamento tiene entrada independiente. La noche de nuestra llegada nos consultan si queremos aseo diario o día por medio o nunca. Elegimos la primera opción, ya que nos sentimos seguros con las medidas proveídas por el hotel. Esa noche probamos por primera vez el Calvados, servido con un sorbet y peligrosamente delicioso, viene con el menú antes del postre y después del queso.

El día siguiente es el turno de un hito. El tapiz de Bayeux en la ciudad del mismo nombre. El tapiz, que no es un tapiz sino un bordado de 70 metros de largo, muestra la conquista normanda sobre Inglaterra liderada por Guillermo el Conquistador. Fabricado como una manera de mostrar la historia a la gente analfabeta de la época, hoy sigue siendo la mejor manera de comprender los sucesos mostrados hasta en su más mínimo detalle. Tras un vidrio con luz muy moderada se va rodeando esta espléndida obra de 70 escenas en hilos de 8 colores de anónima autoría. 

Fila para entrar al Museo El tapiz de Bayeux

Las playas del desembarco

Después de desayunar un magnífico buffet durante el cual la única exigencia del hotel es  ponerse mascarilla al ir por más café o croissants, volvemos a la mañana siguiente a Bayeux, esta vez a encontrarnos con Jonathan, el guía que nos llevará a las denominadas playas del desembarco, en referencia a la operación Neptuno o Día-D, la mayor operación marítima de la historia que dio origen a la liberación de la Francia ocupada por el ejército Nazi y que condujo eventualmente a la victoria aliada de la segunda guerra mundial. Decidimos ir con el experimentado Jonathan, pues una cosa es ver los lugares  del desembarco y otra entender la compleja operación llevada a cabo aquel 6 de Junio de 1944. Una acertada decisión. Comenzamos por el lugar menos visitado: el cementerio de los alemanes caídos durante la liberación. Siguieron la famosa Pointe du Hoc, donde muy temprano en la madrugada de aquel día soldados norteamericanos sorprendieron las fortificaciones alemanas escalando el abrupto acantilado desde el mar. Luego viene Omaha Beach y cuesta imaginar esas hermosas playas de doradas arenas, azotadas por mortales enfrentamientos entre soldados, tanques avanzando y disparos ensordecedores retumbando. Luego recorremos los cementerios, el  americano primero y seguimos con el del Commonwealth. Caminamos entre miles de cruces con miles de nombres de quienes dejaron su vida allí. Dedicamos dos días a historias de guerra y liberación recorriendo las costas al noroeste de Bayeux para terminar con la visita al puente Pegasus, que cruza el canal de Caen y protagonista de una maniobra táctica sin igual, cuando cientos de soldados británicos descendieron desde planeadores para bloquearlo y así aislar tropas alemanas. Al terminar el segundo día tomamos un café en la ciudad de Caen, la más grande de la zona y luego de regreso en Bayeux nos despedimos de Jonathan. Regresamos a comer a nuestra ferme, donde durante los seis días de nuestra estadía vemos solo turistas franceses con la excepción de algunos pocos belgas. 

Cementerio Soldados Americanos, Ohama Beach

Deauville y Honfleur

Cambiaremos ahora de dirección y nos dirigiremos al noreste donde una sucesión de coloridos pueblos costeros. El primer destino será Deauville, no sólo famoso por ser la inspiración de Marcel Proust para Balbec, el pueblo de su novela “En Busca del Tiempo Perdido”, sino también por su hipódromo, su casino y por el festival de cine estadounidense que solo días después de nuestra visita se convertirá en el primer evento del verano europeo realizado en forma presencial y no digital. El camino que bordea el Canal de la Mancha, tomaría el doble de tiempo, por lo que optamos por un camino interior. Infinidad de vacas pastan en los verdes prados a lo largo de toda la ruta, después de todo esta es la tierra del queso camembert y las Moules Marinieres, o sea, choritos cocinados en vino y crema, este último ingrediente presente en la mayoría de los platos típicos normandos. Hectáreas de huertos con manzanos, dan cuenta de porque aquel destilado llamado Calvados y la sidra son los amos de la región. Llegamos a Deauville y nos topamos con un aire a antiguo glamour, casi no sorprendería divisar a Brigitte Bardot o Alain Delon tomando un aperitivo en uno de los bares mirando a la playa. Una serie de camarines se suceden a lo largo de la explanada y se arriendan por 20 euros. Cada uno lleva el nombre de un famoso actor o director de cine que alguna vez ha participado en el festival de la ciudad. Puedes elegir el de Salma Hayek o el de Stanley Kubrik o atreverte a sumarte a la multitud que disfruta de la sombra otorgada por los característicos quitasoles de colores que pueblan la arena de Deauville. Solo en la explanada la mascarilla es obligatoria. Como en toda Francia, su obligatoriedad es determinada por la cantidad de gente que deambule por las calles, lo que  comprobaremos también en nuestro próximo destino: Honfleur. Parte de la ruta impresionista y una de las más bellas villas medievales de Europa, aquí tenemos nuestro primer encuentro con Monet, fundador de esta escuela de arte quien plasmó en varias de sus obras el viejo puerto, así como la Iglesia de Santa Catalina (construida en el siglo 15 y la más grande en madera de Francia ) y sus pintorescas y estrechas calles capturadas perfectamente en su obra Rue de la Bavolle. 

Camarines en playa Deauville

Más Monet en Giverny y Rouen

Regresamos esta vez por la autoroute o carretera A 13, que une París y la Normandía, para ahorrar tiempo. Varios pueblos hacia el oriente debieron quedar para el próximo viaje. En la práctica manejar dos horas de ida y dos de vuelta luego de todo un día recorriendo, se hace agotador. Durante las dos últimas jornadas en la ferme visitamos algunos pueblos en los alrededores para luego retomar la ruta impresionista y dirigirnos a  Giverny, que está 200 kilómetros hacia el sureste. Un camino salpicado de chateaux y abadías nos lleva a este pueblito de una calle principal que alberga el último hogar de Claude Monet, allí donde pintó sus aclamados lirios de agua. A pesar de haber sido muy previsora durante todo el viaje, aquí cometo el primer error: no reservé los tickets con anticipación. Los pases a la casa y jardines del pintor sólo se pueden comprar online lo que intento hacer una vez allí, pero ya no hay vacantes. Jamás imaginé las filas de franceses para visitar el paraíso del pintor impresionista. El hermoso pueblo merece de todas maneras la visita aun sin entrar a su atracción principal. Esa tarde tomamos nuevamente la A13, esta vez hacia Rouen, la capital de Normandía, donde pasaremos la noche. Al entrar, Rouen parece una pequeña París, bonita pero caótica, con tacos típicos de las 6 de la tarde y, al igual que la capital francesa, es atravesada por el río Sena. El parecido llega hasta ingresar al casco antiguo donde nos alojaremos. Con sus casas medievales de entramado de madera, sus angostas calles de adoquines y más de una impresionante iglesia gótica, adquiere aquí personalidad propia. En Rouen han muerto tres significativas personalidades de la historia europea:  William El Conquistador (1087), Ricardo Corazón de León (1199)  y Juana de Arco (1431). Sus esquinas y recovecos hacen retroceder en el tiempo. No puedo dejar de imaginar a Juana de Arco siendo juzgada en el mismo lugar donde hoy se erige un museo con su nombre, o la adivino caminando por esas calles, hoy repletas de cafés, hacia la plaza donde sería ejecutada en las llamas acusada de hereje. Hoy existe en el lugar como memorial una gigantesca cruz y una moderna iglesia que lleva su nombre. Nuestra última visita nos recuerda de nuevo a París. La impactante Catedral Notre Dame de Rouen es una versión sin gárgolas y solo algo más pequeña que su homónima parisina. Inmortalizada una vez más por Monet, se halla dentro de la nave el ataúd con el corazón embalsamado del líder inglés de aquellas cruzadas, Ricardo Corazón de León, y no estoy segura si se debe a la amenaza del Covid, pero aquí no hay filas y la entrada es gratis.

Catedral Notre Dame en Ruen

El regreso

Dejamos el auto en la estación y tomamos el tren hacia un París fantasmal. Sus calles de sábado por la tarde, hermosas como siempre, solo cobran vida en las cercanías de los jardines de las Tullerías donde hay una feria de entretenciones. La siguiente mañana en la Gare Du Nord todo es expedito. En algún momento parecemos ser los únicos pasajeros hacia Gran Bretaña, lo que sería raro, pues hace unos días avisaron que todo viajero proveniente de Francia deberá aislarse por 14 días, lo que provocó un éxodo masivo de británicos que regresaron al enterarse de la noticia. Las cuarentenas se han convertido en el gran enemigo de los viajes. Nosotros decidimos que bien valía la pena el encierro que nos esperaba en casa al otro lado del canal.

+ info

Hotel San Malo

Restaurantes Saint Malo

Brasserie du sillon

Cambusier

Abadía Monte Saint Michel

Hotel en Crepon, Normandía

Raconniere

Tapiz de Bayeux

Hotel en Rouen

Hotel De La Cathedrale

Fundación Monet en Giverny

Hoteles en París

Villa Siant Germain

Hotel Mansart

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