El último aplauso: Roland Garros se despide de Rafa Nadal

A 20 años de su primer título en París, el español recibió un emotivo homenaje en la Philippe Chatrier que marcó el fin de una era en el tenis.

Por Francisca Vives K. Fotos: @rolandgarros

El pasado domingo 25 de mayo, la pista Philippe Chatrier fue escenario de una de las despedidas más emotivas que ha vivido el deporte. A dos décadas de su primer triunfo en Roland Garros, Rafael Nadal recibió un homenaje que quedará grabado en la memoria del tenis y de millones de fanáticos alrededor del mundo.

Vestido con sobriedad y elegancia, el mallorquín fue recibido entre vítores y camisetas que decían “Merci Rafa”. Con una sonrisa agradecida y la emoción a flor de piel, Nadal caminó hacia el centro de la cancha que lo vio coronarse catorce veces, consolidando su estatus de leyenda indiscutida de la tierra batida.

El acto, cargado de simbolismo, reunió a figuras como Roger Federer, Novak Djokovic y Andy Murray, quienes se mantuvieron en un respetuoso segundo plano. En su discurso, Nadal les dedicó unas sentidas palabras: “Me empujaron al límite, pero el tenis es solo un juego. Lo más valioso es que hoy somos grandes amigos”.

Rodeado de su familia, amigos y referentes del tenis como Carlos Alcaraz, el español repasó algunos de los momentos más personales de su carrera. Con la voz quebrada, agradeció a sus abuelos, presentes y ausentes, y se dirigió con ternura a su esposa, Mery Perelló, por el apoyo constante durante los años más exigentes.

Uno de los gestos más simbólicos fue la instalación de una placa con el número 14 y su huella, que quedará como testimonio eterno de su dominio en Roland Garros. Pero quizás el instante más conmovedor llegó al final, cuando Nadal bajó a su hijo de las gradas para compartir con él ese cierre tan íntimo y especial.

Rafael Nadal no solo se despidió de una cancha. Se despidió de una era que él mismo construyó, golpe a golpe, con coraje, humildad y una pasión inquebrantable. Y aunque ya no lo veamos competir, su legado quedará imborrable en cada rincón de París.

El Rey de la tierra batida dice adiós, pero su historia ya es eterna.

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