Cada día somos alguien diferente y a la vez no dejamos de ser los mismos. Es lo primero que pienso al escuchar McCartney III. Más allá de lo incondicional que resulta ser un fan o bien un detractor imbatible, trato de escucharlo desde el ángulo donde me encuentro al ser un escucha más. Y, en esa medida, ¿cómo me siento hoy para percibir lo que entra por mis oídos?

Por Benjamín Acosta. Fotos Mary McCartney / Cortesía Universal Music. Ilustración Marco Patiño / Cortesía del autor

Si un álbum representa una cápsula de tiempo, Paul McCartney lo tiene bastante claro. Detener su gira debido al escenario pandémico, no le dejó más que poner manos a la obra. La creatividad que nace en el encierro, la concentración que se expande dentro del aislamiento, resultó en una colección de canciones donde la melancolía balancea el total con ese lado lúdico que siempre ha explorado. ¿Una entrega particularmente íntima? Creo que este artista no sabe hacer las cosas de otra forma. La esencia humana: cada mañana podemos despertar siendo un poco más evolucionados, pero nunca dejamos de ser quienes verdaderamente somos.

Sin más, así parece reinventarse y despresuriza todo lo que sucede allá afuera en una canción como “Deep Deep Feeling”. Justo, la cápsula que concentra el momento, una serie de prolongados instantes que no dejan demasiado espacio a la festividad. Un sentimiento que pareció evaporarse en prácticamente todo el año. Un 2020 con matices distópicos que quizás brinden la oportunidad de replantear las cosas.

McCartney mira un poco hacia atrás y hace un guiño en retrospectiva, mientras observa al frente concentrado en el aquí y el ahora, echando mano de la eternidad que a su vez encierra lo efímero. Con una voz que de manera especial reivindica su sello atemporal en “Winter Bird / When Winter Comes” (cuya segunda parte fu registrada en los años noventa), decide auto producirse y tocar prácticamente todos los instrumentos para cerrar una serie de grabaciones caseras ubicándose como un hombre-orquesta que lanza los dados del ingenio más que lanzar flechas de un falso virtuosismo. Trilogía que inició en 1970 y continuó diez años después con una producción particularmente arriesgada. Una de las curiosidades de McCartney II es lo que resultaría como parte de la inspiración de Damon Albarn para desarrollar el sonido de  Gorillaz. “Check My Machine” señala esa clave.

En fin, escucho por vez primera McCartney III esta mañana y aquí la impronta.  Me queda la impresión de once temas sin pretensiones al grado de plasmar su capacidad vocal como es en la actualidad, naturalmente desgastada por el paso del tiempo (“Women and Wives”, “The Kiss Of Venus”) y con una energía instrumental envolvente y poderosa sin recato que sorprende a estas alturas (“Slidin’”). Todo ello tan solo por el placer en sí mismo de compartir la habilidad que conserva para articular melodías. Envuelto por una espectacular mercadotecnia que incluyó la pinta de un mural en varias ciudades alrededor del mundo, el músico de 78 años no se ha fastidiado de hacer música.

Experimenta consigo mismo y hace simplemente lo que él considera sin necesariamente surfear sobre olas de tendencia. Alejarse de la tentación de ser radical para manufacturar canciones pop es uno de sus méritos. Sí, ha cambiado siendo siempre el mismo.

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