La Vinoteca de Manuel Montt es un rincón que abraza con aromas, sabores y detalles. Un lugar donde el vino guía el ritmo, la cocina emociona y todo invita a quedarse un poco más de lo previsto.
Por Francisca Vives K / @franvivesk
El frío de ese mediodía se colaba por cada rincón de la ciudad, de esos que piden abrigo y mesa puesta. Cruzar la puerta de La Vinoteca de Manuel Montt fue como entrar en un refugio tibio, perfumado a pan recién horneado y promesas de buen comer.
Apenas entras, el tiempo parece fluir con más calma. Su arquitectura rústica, combinada con un mostrador repleto de quesos, charcutería y panadería artesanal, invita a sentarse, a conversar… a quedarse. Es un lugar donde el vino –por supuesto– es protagonista, no solo de la mesa, sino también de las conversaciones, las discusiones y las historias que se comparten entre copas.
A los pocos minutos, llegó a la mesa un pan artesanal aún cálido, perfecto para untar con un toque de aceite de oliva y anticipar lo que vendría. Junto con él, sirvieron el vino que habíamos escogido, marcando el comienzo de una experiencia para todos los sentidos. Saltamos las entradas —aunque tentadoras— y fuimos directo al corazón de la carta, en busca de esos platos que no solo alimentan, sino que reconfortan.
Antes de adentrarnos en los sabores de los platos, vale la pena destacar un detalle que eleva la experiencia: la carta de vinos que acompaña cada comida es la misma que la de la tienda. Esto quiere decir que cualquier botella que elijas para maridar tu plato tiene el mismo precio que si la llevaras contigo, sin sobreprecios ni costos ocultos. Esa honestidad, junto con una cocina mediterránea diseñada para realzar el vino en lugar de competir con él, convierte a La Vinoteca en un verdadero refugio, un oasis donde el vino es protagonista y cada sorbo se celebra como un pequeño ritual de placer.

Cada mesero o sommelier te guía con precisión en la elección, explicando con amabilidad qué cepa armoniza mejor con lo que vas a comer. Las copas llegan siempre servidas a la temperatura justa, con la oxigenación adecuada, y con una dedicación que se agradece. En nuestro caso, nos inclinamos por un exquisito Pinot Noir chileno, perfecto para los platos de fondo que elegimos.
Primero probamos el Socarrat, un arroz al hierro que recuerda a la paella, pero con carácter propio: costillar, pulpo, langostinos, chipirones y alioli de cilantro, todo sobre una base tostada que le da textura y profundidad. Luego vino la Merluza Austral, servida con puré de arvejas, habas, champiñones y tocino ahumado. Un plato más sutil, pero igual de sabroso.
Y para el final, el postre fue casi una declaración de principios: el Chocolatoso venía con bizcocho, mousse, helado y crocante de cacao… y sí, incluía una delicada lámina de oro que lo hacía aún más memorable.



Antes de irnos, nos llevamos un pan artesanal que no pudimos dejar atrás: tan rico estaba, que compramos uno para seguir la experiencia en casa, acompañado por un delicioso jamón crudo de la charcutería.
Con más de 1.100 etiquetas disponibles para acompañar quesos, charcutería importada o platos creados específicamente para cada cepa, La Vinoteca de Manuel Montt no busca impresionar desde el exceso, sino desde el conocimiento, la calidez y el amor por lo bien hecho. La idea acercar el vino a todos, sin pretensión, desmitificando la idea de que hay que ser un experto para disfrutarlo. Basta con entrar, sentarse, y dejarse llevar.